El País publica un artículo que incita al expolio arqueológico


Resulta sorprendente la irresponsabilidad con la que en algunas ocasiones actúan algunos sectores de la prensa a la hora de abordar determinados temas. En las últimas semanas, en Portal Clásico hemos venido informando de la situación de desprotección que viven los yacimientos arqueológicos de nuestro patrimonio ante la amenaza de saqueadores y buscadores de tesoros, una información para cuya obtención hemos utilizado en numerosas ocasiones el diario El País como fuente. Por norma general, este medio de comunicación se ha mostrado siempre sensibilizado ante los problemas sufridos por el patrimonio. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando el pasado ocho de agosto encontramos en la sección Viajeros de dicho periódico el siguiente artículo Diez destinos con botín incluido . En él, el autor se hace eco de una selección de viajes publicada por la empresa Lonely Planet en los que el afortunado turista puede jugar a ser arqueólogo y llevarse algún tesoro a casa. Entre la oferta analizada, destacan actividades como la búsqueda de monedas romanas en tierras británicas, los fósiles del desierto del Gobi o los pecios hundidos frente a las costas de Florida. Para facilitar la labor del posible cazatesoros interesado, se facilitan links a páginas en las que, por ejemplo, se pueden alquilar detectores de metales o encontrar mapas con los barcos naufragados susceptibles de albergar aún riquezas en su interior. Según se afirma en el texto, "todos podemos jugar a ser Indiana Jones".
 
La realidad es que no todos podemos jugar a ser Indiana Jones. O no deberíamos hacerlo si queremos preservar nuestro patrimonio cultural y facilitar la labor de arqueólogos y paleontólogos, que son, en última instancia, los únicos que tienen la formación necesaria para abordar la recuperación de estas riquezas. La retirada de un objeto de un yacimiento arqueológico no solamente supone la más que posible desaparición de dicho material, sino la destrucción del contexto en el que éste se encuentra. Como saben todos los profesionales, el lugar y las condiciones en las que una pieza es hallada ofrecen en ocasiones tanta o más información a los investigadores que la misma pieza desenterrada. La manipulación o sustracción por parte de una mano no preparada, por muy inocentes y no lucrativas que sean sus intenciones, supone la inmediata destrucción de este contexto y la nula posibilidad de su documentación posterior. Por poner un ejemplo, una moneda romana sacada de que su contexto es simplemente un trozo de metal con inscripciones, en ocasiones sin duda valiosas, pero que sólo puede aportar datos de iconografía, tamaño y peso de la pieza. Una moneda encontrada en su contexto original nos permite averiguar datos acerca de la economía del Imperio, la distribución de las riquezas, el grado de romanización de una zona... y un largo etcétera.
 
Por desgracia, las actividades de saqueo a pequeña escala son castigadas con tanta suavidad en la mayoría de países del mundo, que su realización es considerada poco menos que una inocente travesura perpetrada por un turista despistado. Nada más lejos de la realidad. El negocio de las piezas arqueológicas robadas mueve cada año millones de dólares en todo el mundo, y cuenta entre sus promotores no sólo a saqueadores profesionales sino a grandes coleccionistas que promocionan estas actividades ilegales. El turista ingenuo que se lleva a su casa una moneda romana es sólo la punta visible y en apariencia inocente de un enorme negocio a nivel mundial.
 
La solución sin duda pasa por el endurecimiento de las penas que castiguen este tipo de delitos, así como por el aumento de los recursos materiales dedicados a la protección de los yacimientos y enclaves culturales de interés. Sin embargo, la labor de concienciación resulta también fundamental. Todos los seres humanos deberían concienciarse de que el patrimonio es una propiedad común que de be respetarse por encima de negocios y caprichos personales. La caza de tesoros causa un daño irreparable al trabajo de los arqueólogos, sea ésta realizada por grandes empresas dotadas de cuantiosos medios tecnológicos, sea llevada a cabo por un particular con un buscador de metales. Artículos como el publicado en El País el pasado ocho de agosto sólo contribuyen a banalizar una actividad que no tiene nada de inocente y que en ningún caso debería presentarse como una alternativa de turismo.
 

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